lunes, 21 de febrero de 2011

Poema publicado en la revista La Pluma del Ganso

R.B.D.
Enrique Flores Amastal
Olvidar la tibieza de tu piel
y la delicada línea de tu sexo
donde todo es principio y fin,
donde lo negro y lo blanco
no son más que nombres,
por decir algo.

Donde tu piel y mi piel
principian el vaivén etéreo de la vida,
ansiedad de preverlo todo
y sufrir la caricia pretérita de tu cuerpo.

Tu nombre, invento de un momento desvalido,
Separación continúa del amante prisionero
Que en vano busca la verdad de su destino.

Nombre de soledad.

Nombre de libertad desgarrada.

Me duelen los instantes muertos
que conforman la mortaja de tu cuerpo
sediento de caricias.

Me duele perder el silencio
de miradas limpias,
donde la palabra no es palabra
donde el acto es más que un acto:
Es el infinito.

Un infinito que entrega la Rosa de los Vientos
al viajero que se adentra a los espacios siderales
de tu cuerpo.
Escultura semiconstruida, semiinventada,
Redescubierta, me duele olvidarte.


¿POR QUE DAYANA?
Sobre tu piel llevas todavía la piel de mi deseo, y mi
cuerpo está envuelto de ti, igual que de sal y de olor.
Jaime Sabines

                                                                                    Enrique Flores Amastal
En la cima de su torre, con el atardecer a cuestas Ramón miraba absorto el rio de luces del Paseo de la Reforma y de la Avenida Insurgentes. La ciudad se vestía de negro, con aquel negro cotidiano que para muchos era igual, pero para Ramón las tardes eran una explosión cotidiana de colores, el ámbar, la gama de naranjas antecedentes nocturnos, un viento cálido revolvía los diarios que en su  mesa junto a un whisky, leía sin mucho interés.
La arquitectura le había dado grandes satisfacciones, pero también había sido la causante de la ruptura con Carolina, ella no pudo soportar que él se pasara gran parte de la noche frente a la computadora dibujando planos y en sus ratos de ocio frente a un caballete pintando flores rojas, o alcatraces blancos.
El noviazgo fue corto, como corta fue su unión. De viaje por San Cristóbal de las Casas un viernes por la tarde en el piano bar del hotel descansaba de sus visitas a las localidades chiapanecas cercanas. Le había solicitado al pianista que le tocara algo de Beethoven, el pianista accedió a su petición y la estancia se vio envuelta  con el Claro de Luna, en esos momentos hicieron su aparición tres jóvenes que se sentaron al lado derecho del pianista y ordenaron al mesero tres piñas coladas, Carolina recorrió de arriba abajo a Ramón que oteaba el atardecer por la ventana que daba a la calle, al sentirse observado volteo justo en el momento en que reían por alguna ocurrencia que alguna de ellas había contado. Ellas solicitaron música del pianista Richard Clayderman y Balada para Adelina cubrió el espacio ahora compartido por los cuatro asistentes, siguió Matrimonio de Amor, entre piñas coladas y whiskies de Ramón. 
El sábado en el desayuno coincidieron nuevamente en el restaurant que ocupaba el patio central del hotel Camino Real de Chiapas, antes de partir a Zinacantán. Adiós, le dijo Ramón a Carolina, llegando a México te busco, okey respondió Carolina llevándose un dedo a la boca dibujando un beso como despedida. Un año después de ese encuentro, Ramón contrajo matrimonio por el civil con ella y se fueron a vivir a la colonia del Valle. La abogacía y la arquitectura definitivamente como el agua y el aceite, así fue su relación durante los dos años que vivieron juntos, él en los proyectos arquitectónicos que la constructora para la que trabajaba llevaban a cabo, ella en el despacho del tío, leyendo expediente tras expediente de los casos que defendía el despacho.
Esa tarde hojeaba el periódico el Universal en la sección de adultos y se preguntaba si serian ciertos los anuncios, le llamo mucho la atención el anuncio de una tal Dayana: 24 años delgada, morena clara, bellísima dicen,  temporalmente, llámame y te convencerás. Tomó el celular y marco el número telefónico. Una voz al otro lado de la línea contesto con acento argentino, hola en qué podemos servirte, hablo por el anuncio del periódico y antes de terminar le dijo la voz, debes hospedarte en algún hotel de la avenida Tlalpan, cuando estés en la habitación nos llamas, él interrumpió a la de la voz y le dijo no, tiene que ser en mi casa, si no es así, gracias, no espera, le dijo la de la voz deja consultar, un momento después agregó, nuestra edecán dice que no tiene problema por ir a tu casa, colgó y volvió a escuchar Para Elisa que en ese momento reproducía el estéreo y que junto con ese atardecer de naranjas creaba un ambiente relajado en la terraza.
El timbre sonó y él se levanto para abrir, en el marco de la puerta se dibujo la silueta juvenil de Dayana, esbelta, juvenil, sonriente con un color rojo carmesí en los labios, vestida con pantalones jeans y una blusa azul, con una chamarra de piel marfil.
Hola, soy Dayana, me permites pasar, el viéndola a los ojos le dijo, pasa, estoy en la terraza ¿tomas algo? Tengo cervezas y whisky.
Mmm dame una cerveza, tienes una esplendida vista desde aquí, y volviendo el rostro hacia la sala le dijo, y te gusta Beethoven.
Si, contesto Ramón, llevándole la cerveza ¿te gusta la música clásica?
Si, dijo ella, me gusta escucharlo cuando estoy sola y quiero pensar.
Siéntate dijo él, indicándole la silla de enfrente.
Dayana viendo Paseo de la Reforma y las luces de los autos le comentó es hermosa de noche  y tu desde aquí puedes verla todos los días, disfrutar de ella. Además tu sala parece un museo tienes muchos cuadros.
Si, dijo Ramón, unos cuadros son de amigos y otros los he comprado yo, me gusta la pintura.
Me gusta ese cuadro de alcatraces y rosas rojas ese cuadro de ¿quien es?
Ese cuadro es de mi otro yo, lo pinte.
Con razón ocupa el centro de la estancia, es muy bonito.
¿Te gusta? inquirió Ramón.
Si, por eso te pregunte.
Ramón la miro de frente, tenía dudas que quería aclarar, frente a él se encontraba una hermosa mujer, vestida con buen gusto y discreción, su aroma a chanel inundaba la terraza. Su voz suave y su risa franca no cuadraban con el molde mental que tenia de una mujer que se vende, bien pudiera caminar del brazo y por la calle y pasarían como una pareja cualquiera, sin llamar la atención.
A que te dedicas, pregunto ella.
Mmm construyo casas y… fue interrumpido por Dayana.
Ah, entonces eres albañil, sonriendo ella le dijo salud con el vaso de cerveza que tenia, pues vives bien, es una profesión bien pagada.
Si, dijo Ramón continuando con la broma de Dayana, mirándole los senos que acompasada y rítmicamente danzaban presos de aquella blusa azul. ¿De donde eres Dayana?
De Hermosillo, Sonora y tengo 26 años y de radicar en el Distrito Federal cuatro años, y ya que estamos en las preguntas, dijo ella, soy soltera, sin compromisos y no salgo por el pan. Y sonriendo agregó y ¿tú quién eres?
Bueno, salud por esos 26 años y por los cuatro que tienes de vivir en el Distrito Federal, ¿podría verte otra vez?
Ya me estas corriendo, bueno si así lo quieres me voy.
No, dijo Ramón, es que, eres una mujer bella, la noche es corta y es tan largo el olvido.
No me digas que aparte de albañil, eres poeta Ramón.
No, nada de eso, ¿quieres que cambie la música, tengo música norteña, el pasito duranguense?
No, me gusta la música que tienes puesta, no me has dicho a que te dedicas.
Ya te lo dije, construyo casas, edificios, soy arquitecto. A ti no te pregunto…
¿Es mejor así, no lo crees?
Al besarla, pensó en Carolina, los juveniles labios de Dayana abriéndose a promesas, los senos rítmicamente tocando la piel de Ramón y las respiraciones acompasadas y los silencios mutuos. La chamarra de piel quedó en el respaldo de la silla, el ruido de los autos pasando por la avenida y la música ajena a los acontecimientos seguía llenando el espacio.
Rubí, compañera de Ramón, arquitecta también, revisando  un plano arquitectónico le dice:
El viernes es la inauguración de la exposición de la pintura de Oscar, en el Salón de la Plástica Mexicana ¿vas a ir? Ese día cite a Regina, es una estudiante de arquitectura, que le gusta la pintura y quisiera presentártela en una monada de niña. A lo mejor la contratas como tu ayudante.
Si, dijo Ramón, voy a ir, a menos que ese día me manden a Tuxtla para ver el proyecto de la presa que quieren construir.
No lo creo, dijo Rubí, el arqui Domínguez está en Tuxtla viendo ese proyecto, así que esa noche la tienes libre.
Bueno, entonces iré no me queda de otra.
Bien, comenta Rubí, te veo el viernes por la noche y guardando el plano en un estante se dirigió a la salida para tomar el elevador.
Ramón en su libreta de notas comenzó a dibujar una figura femenina desnuda mirando al mar en calma con un sol a pocos metros de ocultarse, el viento mecía sus cabellos largos. El lápiz en sus manos  tomaba vida propia y se deslizaba con soltura dando vida a un cuadro que posiblemente después adornaría alguna pared de su casa.
Ese viernes tuvo que inspeccionar en Pachuca, Hidalgo el conjunto habitacional que el gobierno del estado cofinanciaba con el Infonavit para los trabajadores al servicio del Estado. El conjunto había sido concebido con grandes zonas arboladas y las casas de dos plantas con techos te teja roja que vistos desde la colina semejaba un paisaje del Dr. Alt. Parecía que el conjunto contaba con la anuencia de la naturaleza, por eso la unidad había sido premiada por respetar los ecosistemas.
En el Salón de la Plástica Mexicana los asistentes observaban los cuadros que se exponían y hacían comentarios sobre los mismos, algunos se acercaban a Oscar para felicitarle, eso mismo hizo Ramón que copa de vino en mano lo felicitó deseando todo el éxito de mundo. Rubí cerca de ellos sonreía y señalaba el cuadro que por nombre llevaba el de Ondina, una hermosa mujer emergiendo del agua arropada solo por la naturaleza.
Junto a ella, de espaldas a Oscar y Ramón una joven, de cabellera larga y sonrisa franca celebraba los comentarios de Rubí sobre Ondina. Rubí se acerca a Ramón y le comenta:
Ven conmigo, te voy a presentar a Regina, va en octavo semestre de arquitectura, esta en ciudad universitaria y necesita chamba, no seas mala onda, contrátala para que te ayude a supervisar la obra de Pachuca. Hazlo por mí.
Regina, le dice Rubí, te presento al arquitecto Murillo, es de quien te hable.
Regina ve de frente a Ramón y después de una ligera turbación le extiende la mano para estrechar la mano de él.
Hola, dice ella, me llamo Regina, Rubí me ha hablado mucho de usted.
Hola, responde él estrechándole su mano, presionando levemente como interrogándole ¿explícame qué es esto? ¿Por qué tú?
Regina, dice Rubí, es de Hermosillo y tiene cuatro años de estar viviendo en esta ciudad, mismos que tiene en la facultad de Arquitectura en CU.
Si, sonriendo por la turbación que ve en Ramón a pesar de dominarse, estudio arquitectura, quiero ser arquitecto como usted.
Ya le comenté, dice Rubí, que tú necesitas una asistente y que la vas a contratar.
En efecto, dice Ramón, mañana la espero en la oficina de la constructora, está en avenida Insurgentes Sur 1200, séptimo piso, a las diez de la mañana.
Te lo dije Ramón, dice Rubí, Regina es una monada ¿no me digas que no es guapa?
Esa noche, después del evento y casi de madrugada, en su casa, el Claro de luna de Beethoven le arrullaba sus sueños y en su mente una pregunta se adentraba en su inconsciencia ¿Por qué tú te vendes por unos pesos? ¿Por qué? 
Cuento publicado en Narrativa en Miscelanea III

No hay comentarios:

Publicar un comentario