sábado, 12 de febrero de 2011

prueba

El regreso.
Enrique Flores Amastal

Sentados en la banca metálica del jardín, contemplaban la luna ocultarse tras las pequeñas montañas de la serranía, al poniente de  Malinalco. Ahí en el cerro de los ídolos permanecía incólume la Pirámide labrada en lo alto. En la Casa de las águilas y los tigres, su entrada semeja la boca de una serpiente y representa la entrada al Mictlan. Antes de la llegada de los españoles, los guerreros asistían al templo monolítico con sus trece peldaños, ofrecían en sacrificio su sangre a Ometeotl para renacer como guerreros águila, Una vez ungidos y vueltos a la vida formaban parte de la elite de los guerreros Aztecas. En esa quietud del lugar, Pablo y Norma permanecían sentados en una de las bancas de metal frente a  la fuente.
Me gusta esta población, dice  Pablo y toma la mano de Norma y agrega, hace 35 años llegué a este lugar y sentí la sensación de conocerlo, como si volviera a casa, no se bien a bien que sea, pero la gente a quien le he comentado ese presentimiento me dice que Malinalco me aceptó.
Tú me hablaste de este lugar, dice Norma, al principio te oía sin prestar atención a tus comentarios, siempre pensé que sería un pueblo como cualquiera de la república, cada población tiene su encanto, así que no despertó en mí la curiosidad de conocerlo.
¿Cuándo surgió tu curiosidad de conocerlo? Porque  recuerdo que te invite muchas veces y tú preferías ir a Xochimilco a comer en las trajineras.
No era solo eso. Norma reflexiona y agrega, fui muy torpe y no quería darme  cuenta de la realidad, realidad que otros veían, pero  yo por estar en el problema no lo veía.
¿Te refieres a tu relación con Ricardo?
Sí, dice Norma, de quien más, fue duro para mi saber que era casado, durante 4 años lo ocultó, y fui tan torpe que no pude darme cuenta. Yo me sentía afortunada de ser su novia; sabía que varias compañeras hacían apuestas, para ver a quien de ellas le hacia caso. Pero él solo tenía ojos para mí, que tonta fui, ¿no lo crees Pablo?
Yo no lo veo así. Creo que en el camino de la madurez y con el método del ensayo y error, se cometen muchos desatinos, lo importante es no quedarnos en ellos y aprender; cuando se madura con las “experiencias”, la inocencia muere, muere de muerte natural. Yo, por ejemplo, me emocionan los cuentos de Cachirulo, todavía pienso en la princesa que  Aurora Alvarado interpretaba, sueño con castillos, con bellas princesas que derrotan al mal. Es mi parte infantil que convive conmigo. Sueño, sueño mucho.
Norma voltea y mira a Pablo con esos ojos verdes, hermosamente enmarcados en una piel apiñonada, con unas grandes cejas y unos labios sensuales. Sí, dice Norma, en la oficina me preguntaban mis compañeras, ¿no te ha invitado café  Pablo? Y yo les preguntaba ¿quién? Y ellas solo sonreían socarronamente y me decían, ya lo conocerás, pero tú ya me habías invitado y yo te dije que en otra ocasión aceptaría.
Sí, afirma Pablo. Yo en ese momento no sabia que eras novia de Ricardo, con él traía pleito casado por la diferencia de puntos de vista de cómo hacer las cosas. Y bueno, gracias a esa ignorancia te hice esa invitación, en realidad quería llevarte ese día a la presentación de un libro de una poeta, en la colonia Roma. Ella es hermosa como mujer y su poesía me encanta. Pero ante tu negativa tuve que asistir sólo, ya estaba acostumbrado a ello.
Norma sonríe y le pone un dedo en la boca como indicándole que no siga por ese camino. Bueno ahora no se que hago aquí, contigo, en esta banca a altas horas de la mañana, pero ¿sabes una cosa Pablo? Me encanta Mali, su gente, su iglesia, en sus paredes se puede leer la historia de la población y ese bello portal, único, debieron continuarlo toda la cuadra, pero eso es mi ilusión, la realidad es que solo es  media cuadra y es único.
Allí, dice Pablo,  hay una placa que puso el ayuntamiento para indicar que en esa casa pernoctó el generalísimo José María Morelos y Pavón. El restaurant Huehuetl ocupa ese espacio, cuando voy a comer, me gusta ocupar esa mesa que esta justo debajo de esa placa. Me gusta contemplar a la gente que viene al mercado que ocupa la calle, esa forma de mercadeo con raíces ancestrales donde al parecer todavía se da el trueque. Es maravilloso desde todos los puntos que quieras verlo.
En esos momentos sonaron las campanas de la iglesia del Divino Salvador, llamando a misa a sus feligreses. Seis de la mañana le dice Pablo a Norma.
Oye, dice Norma, ¿y si entramos a misa? Se que no crees en esas cosas, que has perdido la fe, pero puedes venir conmigo y estar presente en el ritual.
Si tú lo quieres, comenta Pablo, te acompaño. La miró a los ojos y agregó, ¿ y si nos casamos…? Total a poco es necesario hacer todo eso que la gente hace, padrinos, regalos, fiesta, baile, ¿para que? Si entramos y ante cualquier altar que tú elijas nos unimos.
No se vale, contestó Norma, es necesario todo eso que tu dices; fiesta, baile, padrinos, regalos, no se para qué pero es la tradición. Norma mira fijamente a los ojos de Pablo y le dice: así como tú te gustan las princesas de los cuentos de Cachirulo, a mí también sueño con vestir de blanco, como una princesa y caminar entre nubes y los invitados serian el pueblo de ese reino de fantasía donde yo y  mi príncipe viviríamos mucho tiempo.
Cruzaron el atrio y entraron a la iglesia, a esa hora poca gente ya se encontraba en espera del sacerdote que oficiaría la misa de seis. Norma y Pablo se ubicaron frente del altar mayor. Ahí en un nicho y con una túnica blanca el Divino Salvador lo presidia. La luz de las bombillas eléctricas iluminaba  su rostro, la mirada parecía verles directamente a los ojos de la pareja, inquisitiva pero con una dulzura que parecía  decir: sé lo que  desean y  buscan, pero necesitan desearlo con todas sus fuerzas y se les concederá. Pablo admiraba  la arquitectura, esa hermosa bóveda que los padres agustinos iniciaron su construcción en 1541 y lo concluyeron  alrededor de 1571. Habían transcurrido de ese tiempo a la fecha más de 24 mil domingos, ¿cuántos macehuales habrán trabajado de sol a sol,  para levantar la iglesia que hoy disfrutan los visitantes?
Un joven sacerdote hizo su entrada vistiendo casulla verde olivo bordada con hilos de oro. Inclinó la cabeza en señal de respeto frente al Divino Salvador, se coloco de cara a la feligresía que para ese momento ocupaban todas las bancas, iniciando el ritual de la santa misa.
Después de permanecer en el centro ceremonial y verter su sangre de brazos, piernas y lengua, se había convertido en un guerrero Águila, un miembro de la elite guerrera presto a defender a su pueblo de los españoles invasores. Luchó con todas sus fuerzas contra las huestes de Andrés de Tapia, emisario  de Hernán Cortés, miraba con sorpresa a los invasores que montaban caballo y su sorpresa no tenía límites, se preguntaba qué tipo de bestias eran, de qué lugar vendrían, y esos palos que  vomitaban fuego y al instante los guerreros caían muertos o heridos. Veía como los naturales de otras regiones del amplio mundo tenoscha luchaban en contra de ellos y apoyaban a los blancos. ¿Acaso el gran Ometeotl los había abandonado? El no estuvo de acuerdo con dar obediencia al guerrero blanco, él era un guerrero Águila y su vida estaba consagrada a Ometeotl.
Días después de hacer la oferta a Hernán Cortés de obediencia, él volaba desde lo alto del templo, con sus veintidós años, caballero Águila, volaba en un mediodía con un sol intenso y un azul celeste, hacia su libertad.
Pablo, había llegado a Malinalco  con sus 24 años, un fin de semana. Disfrutó lo que sus amigos le comentaron  de ese lugar maravilloso. Ascendió la pirámide, descubrió el sitio desde donde se podía contemplar el templo agustino, esa primera vista le emocionó, sintió taquicardia, mucho había cambiado la población, menos los muros. Miró con asombro, imaginó los primeros muros que empezaban erguirse al cielo, sintió momentáneamente la libertad, respiró profundamente, sencillamente es maravilloso, comentó para sí mismo. Escuchó a un guía disertar a un grupo de estudiantes de secundaria, lo que representaba el santuario, aquí, dijo el guía, señalando el ofertorio, los jóvenes guerreros venían a ofrecer sus sangre a Ometeotl, aquí con puntas de maguey se punzaban los brazos, las piernas, la lengua y  también sus genitales para ofrecer humildemente su vital liquido a su Dios, permanecían muchos días en concentración total, luchando con sus debilidades para  convertirse en guerreros águila o jaguares y servir a sus pueblos. Consideraban un honor morir en combate.
El amor, dijo el joven sacerdote, es un gran sentimiento que en nuestros tiempos se ha convertido en algo extraño. Nuestra sociedad ha producido formas de seudoamor, que consumimos en soledad. Esa soledad arroja al ser humano a lo intrascendente a vivir sin experimentar la verdadera libertad que `produce el amor. El amor humaniza, nos hace plurales. No, no se debe tener miedo de amar, porque eso nos lleva con nuestras acciones a ser uno con el creador. Hay que comprometerse, porque amar solo se logra amando. Los deseos se deben convertir en hechos, solo así se ve el compromiso, compromiso con el pueblo, contigo mismo. Amen no tengan miedo de experimentar ese sentimiento maravilloso.
Pablo permanecía en silencio junto a Norma, habían entrelazado sus manos, sin embargo, él no estaba en la iglesia, muy lejos había escuchado la disertación sobre el amor. Su memoria lo guiaba por calles adentrándose en el bosque que albergaba la pirámide; buscaba el lugar donde había caído en su vuelo libertario. Un viento suave mecía sus cabellos y con ahínco buscó el lugar. A pocos metros de distancia un ahuehuete mecía sus ramas como haciéndole señas, llamándolo, dándole la bienvenida. El árbol era joven cuando el cuerpo del guerrero águila cayó cerca de él, miro ese rostro sereno con la  sangre surcando las comisuras de la boca.
Aquí he estado todo el tiempo amigo, esperando tu regreso.  Gracias, dijo Pablo, gracias  por tu compañía.

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