sábado, 12 de febrero de 2011

cuento

El teatro es la vida.

Enrique Flores Amastal.

El telón cerró totalmente el espacio escénico. Los aplausos que segundos antes irrumpieron la solemnidad del acto teatral seguían ocupando mis oídos. Una magnifica puesta en escena de la obra rusa, con sus personajes añorando vivir en otra época pero que van muriendo  llenos de tedio en un ambiente gris.
Los actores salieron varias veces al proscenio a recibir el tributo que el público emocionado prodigaba al trabajo actoral, de pie y con lágrimas en los ojos, muchos asistentes no se cansaban de aplaudir.
Permanecí en la sala observándolos, algunos hacían planes para cenar en algún restaurant  cercano. Los estudiantes, obligados por el maestro de Taller de Lectura y Redacción comentaban la obra, que chida, dijo alguien, y agregó,  pero es mala onda querer vivir en otra época ¿no lo crees?, pues si carnalito, respondió su compañero, pero mejor córrele o nos deja el metrin.
La sala poco a poco se fue quedando desierta, la magia desapareció, el escenario, ahora, muestra bastidores, tela, muebles colocados estratégicamente, pero no nos dicen nada, sencillamente están ahí, sin sentido.
Aunque en la escuela de teatro estudiamos y nos entrenamos con fragmentos de obras de Antón Chejov, verla representada con actores  experimentados es toda una aventura. Alguno de ellos, fueron nuestros maestros y sobre el escenario, lo siguen siendo, uno aprende  a vivir escénicamente el personaje.
En los camerinos encontré compañeros, nos saludamos y utilizamos los mismos clichés: ¿qué estas haciendo, no te he visto en mucho tiempo? Un apretón de manos y el consabido “nos vemos pronto”.
Me dirigí al camerino del maestro Gracian, él había sido mi maestro en la escuela de teatro. ¿Cómo esta maestro? Le dije,  él sonriendo y con un golpe en la espalda, como lo hacia en los años escolares, contestó: ¿Cómo le va compañerete? Muy bien, respondí, es una obra magnifica, la escenografía es realmente extraordinaria creando un bosque en Invierno. ¿Le gustó compañero? sonriendo siguió comentando, definitivamente Chejov nos muestra al hombre en su problemática existencial: No sabe vivir. En boca de uno de sus personajes dice: quizá dentro de 300 años la vida será llevadera.
La realidad es que el hombre en la actualidad sigue añorando vivir de otra manera, pero no hace nada o casi nada por cambiar sus circunstancias.
Convenimos tomar un café en Sanborn´s de la Fragua, discutimos la obra, la puesta en escena y me quede sorprendido cuando comentó que vivía separado de su familia, para mi él representaba un modelo a seguir en el medio artístico, difícil, canibalesco. Seguía hablando de todo, pero poniendo énfasis en la importancia de vivir nuestra vida cada minuto. En ocasiones, dijo, he detenido el coche para ver una puesta de sol, es maravilloso, es un fenómeno cotidiano y único a la vez. Al contemplar la gama de colores en los atardeceres, lloro de alegría, en ocasiones pasan automovilistas y me gritan: Viejo marica, sin embargo, ellos jamás podrán ver lo que yo veo o los sentimientos que me produce escuchar una sinfonía de Beethoven.
Contemplo el brillo de sus ojos, transmiten una gama de emociones; la sencillez de un hombre de teatro que vive el precepto griego: el teatro es la vida. Él tiene reconocimientos internacionales y los rusos son sus dramaturgos favoritos.
En las primeras horas del día siguiente nos despedimos, él se aleja por la avenida Reforma rumbo al sur. Yo me dirigí al Circuito Interior; la vida tiene un precio y hay que pagarlo para poder vivir. Llegué a mi casa con la firme intención de escuchar la Novena Sinfonía de Beethoven.

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